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Latino Politics in the U.S.

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Sunday, January 3, 2010

Sonia Sotomayor: Racialización, Ideología y la “Imaginada Comunidad Latina”

Sonia Sotomayor: Racialización, Ideología y la “Imaginada Comunidad Latina”

Claridad en el Mundo
Víctor M. Rodríguez Domínguez*/Especial para Claridad

Julio 2009


Irvine, California - El próximo 13 de julio comenzarán las vistas en el Congreso donde el comité judicial, dirigido por el senador demócrata de Vermont Patrick D. Leahy, examinará las credenciales de la Jueza Sonia Sotomayor para ocupar un lugar en el más alto foro judicial de Estados Unidos.

La derecha extrema del Partido Republicano ha lanzado fuertes ataques contra la jueza que pudieran pronosticar un proceso difícil y conflictivo en el congreso. Irónicamente, si el proceso se convierte en un linchamiento político de la Jueza Sotomayor, el Partido Republicano estará cimentando su creciente debilidad política y su creciente distanciamiento de los nuevos actores, especialmente el electorado latinoamericano, que están surgiendo en el panorama política norteamericano.

La Imaginada Comunidad Latina en Estados Unidos
Pero lo que ha revelado este proceso es lo opaco que resulta el contexto de la llamada “comunidad Latina” en Estados Unidos. Lo que parece una perogrullada, cuestionar y problematizar la existencia de una “comunidad Latina”, pudiera ser más complejo y contradictorio que lo que nos revelan los medios de comunicación.

A pesar de que los procesos políticos, sociales y económicos en Estados Unidos giran sobre el concepto de raza, la ideología dominante que está entretejida en el discurso dominante en recientes décadas es el “daltonismo racial.” Como lo ha descrito el sociólogo puertorriqueño Eduardo Bonilla-Silva, esta ideología es una negación del rol que el racismo ocupa en los procesos políticos, sociales y económicos en los Estados Unidos. Esta ideología es tan dominante que se ha convertido en sentido común en muchas esferas de los sectores dominantes de la sociedad norteamericana. En el sistema de educación, se ha convertido en una visión de mundo tan natural que un estudio etnográfico de la educadora Janet Schoefield en el 2001 encontró que había estudiantes blancos que no sabían que Martín Lutero King era un hombre afroamericano. Las conquistas legales y formales logradas inicialmente por los afroamericanos comenzando con la decisión de la Corte Suprema Brown v. Topeka de 1954, y luego extendidas a otros grupos racializados, han sido la base material para que una gran mayoría de los norteamericanos, especialmente anglosajones, no perciba que el racismo está vivo y latente en Estados Unidos.

La elección reciente del primer presidente afroamericano ha llevado a muchos a describir el presente momento en Estados Unidos como una época “post-racial.” Es éste el contexto que explica porqué miembros conservadores de los medios de comunicación, como Rush Limbaugh o políticos como Tom Tancredo y Newt Gingrich tuvieron la osadía de llamar racista a la Jueza Sonia Sotomayor. En la nueva cosmovisión distorsionada de la derecha, el poder está crecientemente en las manos de las minorías raciales por lo que es aceptable utilizar los conceptos que fueron armas ideológicas de combate durante la “época racial” de los grupos que luchaban por los derechos civiles.
Pero no han sido sólo los conservadores los que han contribuido a este nuevo discurso, también los liberales han contribuido a no reconocer la fisura que la estratificación racial causa en la sociedad norteamericana. El sociólogo Stephen Steinberg escribió en 1994 un artículo donde describía el abandono por los liberales del espacio de lucha por la justicia racial. Fue precisamente el liberal Bill Clinton quien promovió la ley que reformó el sistema de beneficencia pública en Estados Unidos (“Personal Responsibility Act”) en el 1996 y que ha dado atrás a décadas de logros en los programas que proveían una red de apoyo social a los pobres.

A pesar de los esfuerzos gubernamentales de demostrar los alegados éxitos del desmantelamiento de la red de apoyo social, en este periodo de recesión económica se comienzan a ver los estragos de la misma. Los desamparados, los desempleados no tienen la red que apoyaba antes a los que enfrentaban los desafíos de las crisis económicas. Los liberales, se aliaron con los conservadores para reformar (desmantelar) el sistema de beneficencia pública imbuidos de la misma ideología del daltonismo racial que permeaba al pensamiento conservador. De hecho, viejas teorías que culpan a la cultura (que es una forma solapada de culpar a los grupos racializados de defectos “congénitos”) por la pobreza han resurgido en modelos pedagógicos supuestamente progresistas, tales como los talleres de Ruby Payne (educadora norteamericana) que se utilizan en algunas escuelas para resolver los problemas del bajo aprovechamiento académico de algunos sectores racializados y empobrecidos de la población norteamericana.

Trasfondo Legal
Es este el contexto en el que los gritos estridentes de la derecha Republicana pudieran tener una mayor resonancia de lo que pudieran haber tenido unas décadas atrás. El que la Jueza Sotomayor introduzca su particular experiencia, matizada por la cultura y por su género, resulta algo que pone a temblar a los que perpetúan el sistema de supremacía blanca en Estados Unidos. Irónicamente, las decisiones judiciales de la Jueza Sotomayor, realmente caen en el mismo medio del pensamiento judicial norteamericano. Sus decisiones legales no han sido riesgosas ni fuera del cauce normal del pensamiento legal dominante norteamericano. Aunque su decisión en el caso de las ligas mayores de béisbol en el 1995, caso que el presidente Obama resaltó en sus comentarios sobre la jueza, realmente fue una decisión que como dijo Dave Zirin en la revista “The Nation” salvó a los capitalistas dueños de las franquicias de sí mismos, los salvó de su propia terquedad y miopía. De hecho, gracias a su decisión el negocio creció de uno que producía $1.3 billones a uno que produce $7.5 billones, como bien señala Zirin.

Un análisis reciente de sus decisiones legales por la agencia noticiosa McClatchy revela que desde que la jueza ha estado en la Corte de Apelaciones, ha decidido a favor del gobierno en 65 de 90 decisiones criminales. Sólo en 25 casos decidió a favor del acusado. De cerca de 450 casos que ella presidió, sólo fue revisada por la corte de apelaciones en seis instancias, ninguna de ellas de naturaleza criminal. En ocasiones, ha expresado empatía por acusados pero ha impuesto la ley.

Lo que resulta nebuloso es su posición sobre el aborto. En ninguno de sus casos ha tenido que rendir una decisión sobre Roe v. Wade (1973) y en otros casos que tenían alguna relación con el tema, las decisiones han sido diversas. Conservadores como Rush Limbaugh y otros tienen la esperanza de que su fe católica sea la que determine su posición sobre el aborto. Cinco de los jueces son católicos y sólo el católico Anthony Kennedy en 1992 apoyó el derecho de una mujer a tener un aborto. Es irónico que los mismos que critican a la jueza por ser honesta al expresar su realidad como ser cultural, producto de unas experiencias que han conformado su visión de mundo, ahora tengan la esperanza que su fe religiosa, y no la ley y los precedentes, determinen sus decisiones en la corte suprema.

Racialización y Poder
Por otro lado, la forma en que los medios y el público han negociado la nominación de la jueza, revela claramente el proceso de racialización en Estados Unidos. A través de la racialización es que se construye la ficción de la taxonomía de grupos raciales utilizando las instituciones que producen la vida social norteamericana. El sistema educativo, el sistema económico, el sistema de justicia criminal y los medios de comunicación, entre otras instituciones que conforman la sociedad norteamericana, también perpetúan las clasificaciones raciales que constituyen la armazón de la desigualdad social y económica en Estados Unidos.

Estas taxonomías, junto a las clases económicas y al género, son aceptadas por las masas a través de procesos que se dan en todas las esferas de la sociedad. La participación de numerosas instituciones sociales que perpetuan y afirman su realidad las convierte en parte del trasfondo, parte de aquella área no cuestionada, “natural” de la realidad social. La aparente contradicción de la existencia de una ideología dominante, el daltonismo racial, y la realidad de los procesos de racialización que ocurren en todas las esferas de la vida cotidiana se apoyan mutuamente. Cuando los medios hablan de la candidata “latina,” no cuestionan el proceso de racialización subyacente que sirve de escenario de significación a esa etiqueta. El uso de la categoría “latino/a” se enuncia sin ningún acto de reflexión, dándole el poder de legitimar una ficción. Una de las formas en que los grupos son racializados, por ejemplo, los puertorriqueños en Estados Unidos, es que pierden su especificidad cultural, realidad cotidiana como boricuas y se convierten en “latinos.” “Latinos” es una categoría racializada que sólo existe en la arquitectura racial de Estados Unidos. A través de procesos racializantes los grupos son “homogenizados”, perdiendo las características que los constituían como grupos culturalmente definidos o de origen nacional y se convierten en una caricatura racializada. Este proceso permite que caricaturas inapropiadas como “Fiesta Time”, donde la jueza aparece rodeada de símbolos culturales mexicanos, sean diseminados en los medios de comunicación.

Pero la “comunidad latina” no es tan homogénea como los medios y las organizaciones latinas la representan. Hay serias diferencias políticas, culturales e históricas entres las comunidades de origen latinoamericano. Esto es particularmente patente entre la comunidad méxico americana, dominicana, cubana y la puertorriqueña. Y aun cuando a veces hay convergencia de interés, no hay la consecuente unidad de propósito que se da en la comunidad afroamericana.

Un ejemplo reciente de esto es la reciente encuesta de la Universidad Quinnipiac de Connecticut el pasado 4 de junio. El 49 por ciento de los votantes blancos apoyan la nominada Latina para la Corte Suprema. El 66 por ciento de los votantes judíos también la apoyan. El grupo que más la apoya es la comunidad afroamericana, donde más del 85 por ciento expresa apoyo. Sólo el 58 por ciento de los latinos en esta encuesta la apoyaron. Parte de la razón para el relativo bajo porcentaje de apoyo es que en la muestra, según los encuestadores, había más latinos conservadores quienes en su mayoría son cubanos y quienes tienden a votar con los Republicanos. Pero otra razón es que muchos méxico americanos no tienen hoy día una experiencia de solidaridad y experiencia común con los boricuas. Aun cuando ésta se dio un poco más intensa durante la década de los 1960-70s, a través de las luchas por los derechos civiles, las nuevas generaciones no comparten la memoria organizacional de esas relaciones. Cerca del 40 por ciento de los chicanos son nacidos en México, por lo que no están imbuidos en las luchas sociales de los derechos civiles. El sesenta por ciento restante de la comunidad chicana, por deficiencias de un sistema educacional, no ha sido educado sobre su propia historia, incluyendo las alianzas inter-étnicas que se dieron en décadas anteriores.
Además, persiste aún un nacionalismo estrecho que limita la creación de coaliciones con otros grupos étnicos. “Latina” tiene un poder a través de los medios de comunicación o los grupos que sirven de organizaciones de lucha (LULAC, Congreso La Raza etc.) para los latinoamericanos, pero no es producto de una experiencia compartida en el ámbito de la vida cotidiana. Hay una posibilidad de que esto se dé a medida que las comunidades se transforman en comunidades más heterogéneas (hoy día el Harlem Hispano está lleno de taquerías) pero esto no se ha fraguado aún.

La llamada identidad “latina” es fluida y depende de la situación concreta. La “Latino National Political Survey” (2006) indica que los latinoamericanos en Estados Unidos no ven contradicción entre escoger su origen nacional a la vez que se identifican como “latina/o.” Todo depende del momento, la situación, de hecho, la misma encuesta indica que cerca de la mitad de los 8,500 encuestados ven alguna convergencia con otros grupos de origen latinoamericano.
Pero estas ficciones tienen un peso político real en el proceso político norteamericano. El sociólogo norteamericano Charles Horton Cooley decía que “si algo es percibido como real, es real en sus consecuencias.” Y a pesar de lo dominante que es la ideología del daltonismo racial, esta categoría, “raza,” tiene un impacto muy importante (junto a “clase” económica) en la cosmovisión de mundo y las ideologías políticas que se destilan de ellas. Es por eso que el Partido Republicano se enfrenta a un proceso que pudiera dar el jaque mate a su posible desaparición o reconfiguración como fuerza dominante en el espectro político norteamericano.

Recientemente, en el Senado del estado de Nueva York, dos senadores boricuas, Pedro Espada e Hiram Monserrate, se aliaron al sector Republicano del Senado para conseguir la elección del senador Espada como líder de ese cuerpo. Ambos políticos son Demócratas pero estando el Senado dividido entre 30 senadores Republicanos y 32 Demócratas, los Republicanos han estado preocupados por la supervivencia de ese partido en el ámbito estatal. Los cambios demográficos e ideológicos que se han dado en ese estado, causados en gran medida porque las anteriores minorías raciales están en crecimiento vertiginoso, han impactado negativamente al Partido Republicano. El Partido Republicano cada día se convierte en un partido que sólo aglutina a los sectores anglosajones. A escala nacional, el partido que en ocasiones recogió el 40 por ciento del voto latino, sólo logra el 31 por ciento en el 2008. Algo similar le ha ocurrido al partido a nivel estatal, excepto que en Nueva York la situación se torna más difícil.
Históricamente, la asamblea, usualmente Demócrata y el Senado usualmente Republicano, negociaban cómo se rediseñaban los distritos electorales. Así mantenían un balance político donde ambos partidos se beneficiaban. Ese balance, con la victoria Demócrata en el Senado de Nueva York, aterrorizó a los Republicanos pues sabían que en el 2010, cuando se delinean los nuevos distritos electorales con base en los nuevos datos censales, los Demócratas se servirían con la cuchara grande. Por lo tanto, negociaron una alianza con los Boricuas para mantener el balance del poder en el Senado en manos Republicanas. Nueva York es un microcosmos de lo que enfrenta el Partido Republicano a nivel nacional.

Si los medios continúan enfatizando la experiencia de la Jueza Sotomayor como “inmigrante” y de cómo surgió de una familia de clase trabajadora, esto pudiera aumentar su popularidad en las comunidades latinoamericanas. Hoy día, el 89 por ciento de todos los niños latino americanos en Estados Unidos son segunda o tercera generación. Ellos constituyen el 22 por ciento de todos los niños menores de 18 años en Estados Unidos. Y si se continúan acrecentando las comunidades heterogéneas latinoamericanas, más probabilidades habrá de las “fusiones” (matrimonios inter-étnicos). Como han señalado sociólogos como Ronald Fernández, éstos son más propensos a identificarse como “latinos.” Es de aquí que pudiera surgir, si se dan las condiciones, una “comunidad latina” más cohesiva.

Si la Jueza Sotomayor asume la posición en la Corte Suprema, es posible que tuviera que examinar algún caso sobre el estatus político de Puerto Rico. Como señalaron Oscar Serrano y Omaya Sosa Pascual en un estudio (junio 1, 2009) del Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico (www.cpipr.org), su única expresión pública conocida es un artículo que escribió en el 1979 en la Escuela de Leyes en la Universidad de Yale. En el artículo, la jueza hablaba de cómo Estados Unidos podría expandir ciertos derechos a la explotación de las áreas marítimas más allá de las 12 millas que reconoce la ley de Estados Unidos. Irónicamente, la jueza, en cierta medida fue una beneficiaria de las luchas de la comunidad puertorriqueña en los 1960-70s. Los Young Lords ayudaron a mantener que el Hospital Lincoln continuara sirviendo a la comunidad, organizaciones como ASPIRA contribuyeron a mejorar la educación para los latinoamericanos en general, las organizaciones de estudiantes boricuas que protegieron instituciones como el Hostos Community College, y figuras legendarias como la trabajadora social Antonia Pantoja, son todos los hombros sobre los que descansa su éxito. En su gran mayoría, estas instituciones y organizaciones eran dirigidas por boricuas independentistas que enfrentaron el exilio llevando la lucha a las entrañas del imperio. Esperemos que su discernimiento legal le provea una lectura justa a las aspiraciones de los puertorriqueños.
Pero lo que es seguro es que si el Partido Republicano escoge atacar a la jueza Sotomayor en las vistas del Congreso, el partido se sumirá en una fosa de la cual le resultará muy difícil salir. Las encuestas hoy día señalan que los números de personas que se identifican como Republicanos son los más bajos en los últimos 25 años. Y la encuesta de McClatchy dice que el 42 por ciento de los votantes latinos no verían con buenos ojos al Partido Republicano si atacan de forma despiadada a la nominada.

Una boricua de segunda generación es el eje de muchas dinámicas políticas interesantes. Una consecuencia inesperada de la dominación colonial de Puerto Rico y de las migraciones causadas por el imperio.

*El autor es sociólogo, catedrático en el Departamento de Estudios Chicanos y Latinos de la Universidad Estatal de California, Long Beach.

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